Eran mis primeros días de observaciones en el Pre-jardín, en donde me sentía muy contenta por haberme tocado la sala de 2. Todos los días iba feliz al jardín y más cuando entraba y los niños venían corriendo a abrazarme, se me iluminaba la cara. ¿Cómo puede ser que los niños te puedan poner tan feliz y hacerte olvidar de todos los problemas?
Un día, como todos los otros, entré y los pequeños se encontraban jugando en el patio con los triciclos, con tierra, en las hamacas, toboganes, etc. En ese momento, cuando miramos para arriba, observamos que se venía la tormenta. Ellos se empezaron a revolucionar y comenzaron a correr por todo el patio y, como no estaba la seño, yo los tranquilicé para luego, con la canción “guardar”, ordenar los juguetes y así poder entrar a la sala.
Una vez que hice que se sacudan la ropa para sacar la tierra que tenían, los hice poner en el tren para llevarlos adentro, haciéndome cargo de ellos y explicándoles que la seño Romina se había ido pero que ya volvía y que ahora me tenían que hacer caso. A la hora de formar el tren, pelearon porque todos querían ir adelante. Luego comencé a cantar la canción, y así ellos, tomándose de los hombros, iban caminando y cantando conmigo.
Rápidamente sin decirles nada fueron a buscar sus toallas para lavarse las manos y mientras yo les ponía la sillita para que lleguen al lavatorio de manos, me decían “Seño me ayuda a lavar mis manos sucias”, eso hizo que me llenara los ojos de lágrima y lo hiciera. Casi todos hacían la fila poniéndose uno atrás de otro y cuando era su turno te pedían el jabón, hubo que decirles que el jabón se lo pasaban una sola vez y luego se tenían que enjuagar, porque si no se gastaría mucha agua.
Era un poco difícil para mí, ya que era la primera vez que tenía que cuidar a niños. Estaba mirando constantemente que hacían los que se encontraban en la sala jugando y los que estaban conmigo en el baño porque se podían caer de la silla.
Pasando esos nervios, hice que se laven las manos todos los niños.
Luego ordené las mesas para que pudieran merendar. Cuando estaba todo puesto y por cantar la canción “de los enanitos”, Romina llegó y viendo que estaban todos sentados empezó a cantar conmigo. Ya todos organizados y con la comida o bebida abierta, empezaron a comer. Pero la gran pelea que se presentaba todos los días, era el compartir, que lo implementábamos en todo momento, pero muy pocas veces los niños lo realizaban.
Luego de varias actividades y de contarles un cuento, concluyo mi día, yéndome llorando a mi casa y con una alegría impresionante.
Esa experiencia hizo darme cuenta que realmente me gusta mucho esta carrera y a pesar de los altibajos no voy a bajar los brazos y así seguir hasta terminarla.
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